Este trabajo nace de una fascinación por la transformación de la materia. Uso plásticos de origen diverso —retales, restos industriales, objetos descartados— como base para una intervención guiada por el fuego. Aplico calor, adhiero materiales ligeros de celulosa como papeles o cartones, y dejo que las llamas y la pistola de calor abran huecos, deformen, tiñan, craquelen. La superficie se transforma en un campo de tensiones: bordes quemados, texturas rotas, residuos de color que emergen como heridas luminosas. El fuego no destruye, revela. Hay algo ritual en este gesto de quemar, en permitir que la materia hable a través del daño y la alteración. Esta exploración tiene una raíz muy clara: en 1999 compartí una exposición con el artista plástico y visual Mauricio Rondot. Con recursos mínimos y una fuerza expresiva inmensa, creó obras que me marcaron profundamente. Usaba técnicas similares: fuego, materiales pobres, gesto directo. Aquel impacto sigue vivo en mí, y se convierte hoy en impulso para este proceso llamado “Quema”. No es aún una obra cerrada, es un boceto experimental, una deriva plástica que busca entender qué puede decirnos lo que ya ha sido usado, quemado o roto.